miércoles, mayo 30, 2012

LA SOCIEDAD EDUCADORA


Por Carlos A. Pulido M.

¿Es educadora la sociedad? Evidentemente. Pero las implicancias de esto, ahora científicamente estudiadas, nos refieren que la sociedad no sólo es educadora como un agente más, como bien lo podría ser un docente o un promotor cultural.
Históricamente, la sociedad ha sido la finalidad formal de la educación desde que se tiene registro de grupos humanos organizados. Y esto se ha dado tanto de manera directa como indirecta, es decir, si recordamos que algunas culturas ponían el énfasis educativo en aspectos como la virtud (Grecia), la familia (Roma), o los valores religiosos (Judeo-cristiano), si lo vemos desde un punto de vista fáctico, estos aspectos no existen fuera de la dimensión social.
A partir de esta idea, podemos analizar que tanto la sociedad no sólo es el fin, sino también el medio y el principio de la educación.

La sociedad como principio de la educación
El ser humano es un ser social desde el momento mismo de su concepción. Existe a raíz de un acto social (la unión de dos seres humanos), y la humanización –que, aunque duela reconocerlo, no es proceso natural- se le otorga en coherencia a este principio. De su existencia social nace la necesidad de socializarlo, de incluirlo y de hacerlo parte integral de la sociedad a la que pertenece, a su medio cultural.
La humanización, que es sinónimo de educación, entonces, es un proceso eminentemente social.

La sociedad como medio educativo
Es aquí donde entran en juego las teorías psicológicas sobre el aprendizaje, inclusive aquellas que no toman a la sociedad como objeto de estudio.
Pero claro, leyendo a Pavlov –por ejemplo- y al estudiar su teoría del condicionamiento y sus componentes, y entendiendo el aprendizaje desde la relación entre estímulos y respuestas, no es tan evidente que todo esto se cumple –sobre todo si nos referimos al aprendizaje humano- necesariamente en un contexto social.
Son los agentes sociales (los humanos y los no humanos) los que participan directa e indirectamente de este proceso de condicionamiento.

La sociedad como fin de la educación
Desde la antigüedad, el objetivo primordial de la educación era preparar a los niños y adolescentes para su pronta inserción a la sociedad y para que puedan cumplir efectivamente sus roles determinados. Esto ha sido así desde entonces, con distintos matices, por ejemplo, en distintos casos se esperaba que los educandos satisfagan expectativas de orden moral, político o laboral y lleven a la sociedad a cumplir un ideal o a sostener el ideal social imperante.
Remitiéndonos a lo contemporáneo nos encontramos ante una maraña de tendencias filosóficas, políticas, sociológicas, socioeconómicas y psicológicas que complican mucho el panorama. Por un lado tenemos a una sociedad “tal como está” que exige de ciertas características para ser aceptado en ella, y por otro lado tenemos al “tipo de sociedad” que queremos tener.
¿Queremos? ¿Quiénes?
Aquí empiezan los nudos, y es que si bien es cierto, muchos ya sabemos que necesitamos reformular nuestros paradigmas sociales, no todos estamos de acuerdo con el tipo de sociedad que queremos… y ni qué decir del que “necesitamos”.
Lo cierto es que las escuelas alternativas satisfacen mínimamente la demanda de aquellos seres conscientes que desean para sus hijos un mundo distinto y que “ese” mundo mejor se inicie a partir de ellos como padres y de sus hijos, formados en base a esos ideales (democracia, inclusión y tolerancia, ecología, libertad de expresión y creación, humanismo y conciencia social, entre otros).
El problema evidentemente va por el contraste con la realidad. Aparentemente el contraste con la realidad siempre desinfla algunas llantas, aun así, el coche del urgente cambio sigue en marcha.
Específicamente, me refiero al hecho de que el cambio social no se da rápidamente, para nada. Se trata de un proceso de décadas (en el mejor de los casos). En ese sentido, los niños educados por padres “alternativos” y que son formados en escuelas igualmente alternativas, al egresar aún se encontrarán en este mundo, en esta realidad, la misma que queremos cambiar y que por lógica, les será adverso.
Por supuesto que con los nuevos valores incorporados en su espíritu ellos serán conscientes de la urgencia del cambio y del papel que ellos están destinados a jugar en este proceso, protagonistas y abanderados de una nueva serie de ideales y actitudes que deberán confrontar a las actuales e ir avanzando gradualmente en el proceso de renovación.
Pero… ¿y la presión social? ¿Y las oportunidades que la sociedad otorga únicamente a quienes son “bien vistos” por ella? ¿Y la competitividad, los valores consumistas? ¿Y los requerimientos que exige la industria maquiavélica y deshumanizadora para forzarnos a ser parte de un sistema económico que al final “necesitaremos” para construir –precisamente- los centros de educación, promoción y difusión de una nueva cultura?
Difícil, mas no imposible.
Leyendo la experiencia de Alexander Neill en Summerhill, por ejemplo, podemos entender bien estas paradojas. En todo caso, las escuelas alternativas están felizmente instaladas en casi todos los países y, aunque a paso lento, con errores y deficiencias, cada vez van incorporando nuevos avances científicos y tecnológicos incluso, para perfeccionar su enseñanza y subsanar sus deficiencias y es lógico pensar que en cuestión de un par de décadas su aceptación (acelerada con el descontento que genera cada vez más rápido la sociedad y educación actuales) se irá consolidando y el sueño de un giro de timón en la educación mundial (mucho más en Latinoamérica) por el bien de las futuras generaciones se haga cada vez más una realidad posible, sustentable y cohesionada.
La escuela alternativa, en la que el alumno es el centro de las actividades y políticas educacionales por ejemplo, tiene como uno de sus principios fundamentales no violentar la emocionalidad del niño mediante la desatención sistemática de su realidad personal. 
Se entiende que el niño necesita adquirir habilidades sociales e individuales y se le entrena para su participación activa en la toma de decisiones y ejercicio democrático que es, a la vez, un formador de carácter, de consciencia y fortalecedor de la autoestima.
En Summerhill las normas y el ejercicio democrático se concreta en las llamadas asambleas semanales, en las que los alumnos establecen sus límites conductuales en base al respeto del prójimo y determinan conductas que facilitan la convivencia.
La escuela convencional está planteada hasta el momento para ser masiva y generalista, por eso es que es tan distante de las reales necesidades humanas de los niños, y es, con seguridad, el motivo por el cual Summerhill se mantiene con un número fijo y reducido de alumnos y docentes. En base a esto es que se deriva el volumen de dificultad que implica cambiar todo el sistema educativo, incluso si el motivo es imperativo o urgente.
No es difícil suponer que las escuelas alternativas funcionan mejor (o apropiadamente) con volúmenes reducidos de alumnos, de tal manera que si quisiéramos acelerar el cambio en la sociedad a través de la educación basada en estos nuevos preceptos, tendríamos que promover y direccionar la reestructuración de las IIEE para convertirlas en módulos fraccionados que funcionen independientemente con un volumen de alumnado mucho más reducido (lo cual implicaría un cambio en la visión empresarial de las mismas) o adaptar los preceptos más valiosos de las escuelas alternativas a las infraestructuras y organización de las escuelas actuales tal y como están… ¿adaptar la escuela a lo nuevo o adaptar lo nuevo a la escuela?
Una gran interrogante.

No hay comentarios.: