Por Carlos A. Pulido M.
¿Es
educadora la sociedad? Evidentemente. Pero las implicancias de esto, ahora
científicamente estudiadas, nos refieren que la sociedad no sólo es educadora
como un agente más, como bien lo podría ser un docente o un promotor cultural.
Históricamente,
la sociedad ha sido la finalidad formal de la educación desde que se tiene
registro de grupos humanos organizados. Y esto se ha dado tanto de manera
directa como indirecta, es decir, si recordamos que algunas culturas ponían el
énfasis educativo en aspectos como la virtud (Grecia), la familia (Roma), o los
valores religiosos (Judeo-cristiano), si lo vemos desde un punto de vista fáctico,
estos aspectos no existen fuera de la dimensión social.
A
partir de esta idea, podemos analizar que tanto la sociedad no sólo es el fin,
sino también el medio y el principio de la educación.
La sociedad como principio de la educación
El
ser humano es un ser social desde el momento mismo de su concepción. Existe a
raíz de un acto social (la unión de dos seres humanos), y la humanización –que,
aunque duela reconocerlo, no es proceso natural- se le otorga en coherencia a
este principio. De su existencia social nace la necesidad de socializarlo, de
incluirlo y de hacerlo parte integral de la sociedad a la que pertenece, a su
medio cultural.
La
humanización, que es sinónimo de educación, entonces, es un proceso
eminentemente social.
La sociedad como medio educativo
Es
aquí donde entran en juego las teorías psicológicas sobre el aprendizaje,
inclusive aquellas que no toman a la sociedad como objeto de estudio.
Pero
claro, leyendo a Pavlov –por ejemplo- y al estudiar su teoría del
condicionamiento y sus componentes, y entendiendo el aprendizaje desde la
relación entre estímulos y respuestas, no es tan evidente que todo esto se
cumple –sobre todo si nos referimos al aprendizaje humano- necesariamente en un
contexto social.
Son
los agentes sociales (los humanos y los no humanos) los que participan directa
e indirectamente de este proceso de condicionamiento.
La sociedad como fin de la educación
Desde
la antigüedad, el objetivo primordial de la educación era preparar a los niños
y adolescentes para su pronta inserción a la sociedad y para que puedan cumplir
efectivamente sus roles determinados. Esto ha sido así desde entonces, con
distintos matices, por ejemplo, en distintos casos se esperaba que los
educandos satisfagan expectativas de orden moral, político o laboral y lleven a
la sociedad a cumplir un ideal o a sostener el ideal social imperante.
Remitiéndonos
a lo contemporáneo nos encontramos ante una maraña de tendencias filosóficas,
políticas, sociológicas, socioeconómicas y psicológicas que complican mucho el
panorama. Por un lado tenemos a una sociedad “tal como está” que exige de
ciertas características para ser aceptado en ella, y por otro lado tenemos al
“tipo de sociedad” que queremos tener.
¿Queremos?
¿Quiénes?
Aquí
empiezan los nudos, y es que si bien es cierto, muchos ya sabemos que necesitamos
reformular nuestros paradigmas sociales, no todos estamos de acuerdo con el
tipo de sociedad que queremos… y ni qué decir del que “necesitamos”.
Lo
cierto es que las escuelas alternativas satisfacen mínimamente la demanda de
aquellos seres conscientes que desean para sus hijos un mundo distinto y que
“ese” mundo mejor se inicie a partir de ellos como padres y de sus hijos,
formados en base a esos ideales (democracia, inclusión y tolerancia, ecología,
libertad de expresión y creación, humanismo y conciencia social, entre otros).
El
problema evidentemente va por el contraste con la realidad. Aparentemente el
contraste con la realidad siempre desinfla algunas llantas, aun así, el coche
del urgente cambio sigue en marcha.
Específicamente,
me refiero al hecho de que el cambio social no se da rápidamente, para nada. Se
trata de un proceso de décadas (en el mejor de los casos). En ese sentido, los
niños educados por padres “alternativos” y que son formados en escuelas
igualmente alternativas, al egresar aún se encontrarán en este mundo, en esta realidad, la misma que queremos cambiar y que
por lógica, les será adverso.
Por
supuesto que con los nuevos valores incorporados en su espíritu ellos serán
conscientes de la urgencia del cambio y del papel que ellos están destinados a
jugar en este proceso, protagonistas y abanderados de una nueva serie de
ideales y actitudes que deberán confrontar a las actuales e ir avanzando
gradualmente en el proceso de renovación.
Pero…
¿y la presión social? ¿Y las oportunidades que la sociedad otorga únicamente a
quienes son “bien vistos” por ella? ¿Y la competitividad, los valores
consumistas? ¿Y los requerimientos que exige la industria maquiavélica y deshumanizadora
para forzarnos a ser parte de un sistema económico que al final “necesitaremos”
para construir –precisamente- los centros de educación, promoción y difusión de
una nueva cultura?
Difícil,
mas no imposible.
Leyendo
la experiencia de Alexander Neill en Summerhill, por ejemplo, podemos entender
bien estas paradojas. En todo caso, las escuelas alternativas están felizmente
instaladas en casi todos los países y, aunque a paso lento, con errores y
deficiencias, cada vez van incorporando nuevos avances científicos y
tecnológicos incluso, para perfeccionar su enseñanza y subsanar sus
deficiencias y es lógico pensar que en cuestión de un par de décadas su
aceptación (acelerada con el descontento que genera cada vez más rápido la
sociedad y educación actuales) se irá consolidando y el sueño de un giro de
timón en la educación mundial (mucho más en Latinoamérica) por el bien de las
futuras generaciones se haga cada vez más una realidad posible, sustentable y
cohesionada.
La escuela alternativa, en la que el alumno
es el centro de las actividades y políticas educacionales por ejemplo, tiene
como uno de sus principios fundamentales no violentar la emocionalidad del niño
mediante la desatención sistemática de su realidad personal.
Se entiende que el niño necesita adquirir
habilidades sociales e individuales y se le entrena para su participación
activa en la toma de decisiones y ejercicio democrático que es, a la vez, un
formador de carácter, de consciencia y fortalecedor de la autoestima.
En Summerhill las normas y el ejercicio
democrático se concreta en las llamadas asambleas semanales, en las que los
alumnos establecen sus límites conductuales en base al respeto del prójimo y
determinan conductas que facilitan la convivencia.
La escuela convencional está planteada
hasta el momento para ser masiva y generalista, por eso es que es tan distante
de las reales necesidades humanas de los niños, y es, con seguridad, el motivo
por el cual Summerhill se mantiene con un número fijo y reducido de alumnos y
docentes. En base a esto es que se deriva el volumen de dificultad que implica
cambiar todo el sistema educativo, incluso si el motivo es imperativo o
urgente.
No es difícil suponer que las escuelas
alternativas funcionan mejor (o apropiadamente) con volúmenes reducidos de
alumnos, de tal manera que si quisiéramos acelerar el cambio en la sociedad a
través de la educación basada en estos nuevos preceptos, tendríamos que
promover y direccionar la reestructuración de las IIEE para convertirlas en
módulos fraccionados que funcionen independientemente con un volumen de
alumnado mucho más reducido (lo cual implicaría un cambio en la visión
empresarial de las mismas) o adaptar los preceptos más valiosos de las escuelas
alternativas a las infraestructuras y organización de las escuelas actuales tal
y como están… ¿adaptar la escuela a lo nuevo o adaptar lo nuevo a la escuela?
Una gran interrogante.
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