Cuanto más ciego, más bellos los recuerdos.
Pero ahora, que eres un pezón entre mis dedos,
doy serenata a todos los balcones de tu cuerpo.
Ahora, que no tengo mas remedio que adorarte,
he dejado que los vecinos entren
y he dejado que me digan: has perdido la razón.
Pero en la noche, cuando has puesto ya tu rostro tierno
y tu voz disolvió mis vestiduras,
y eres, al mismo tiempo, una fina piel interminable,
salto al mar…
No sé nadar, no salgo nunca.
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